10 noviembre 2011

Un chelín y medio


Así es, muchachos; después de siete años de carrera, después de una experiencia -a medias fallida- en el exterior, después de un mes de pololeo (♥) y después de muchas crisis de identidad (materia prima de capítulos venideros), el gordo Gas empezó a trabajar -again-.

Histórico”, dijeran mis amigos.

Es cierto, tuve la suerte que no todos tienen de poder terminar los estudios sin tener que trabajar à côté para poder costeármelos. Así que, teniendo la oportunidad de dedicarme exclusivamente a la facultad, aproveché la situación para recibirme lo antes posible. Y bueno -aunque el durante fue cómodo y placentero- el después salir a la calle con un haber nulo en experiencia es por demás desestabilizador. En criollo, bah, salís en recontramil pelotas a la calle a que te c*jan por todos lados. Te sentís tonto, lento, torpe, ineficaz, tonto de nuevo y demás calificativos de la misma calaña.

Ya con dos meses de trabajo con quien di en llamar la Señora Dragón, estoy alguito más curtido. Y sí, para hacerla corta, digamos que esta jefa me hizo sentir lo que en la facultad escuchaste como algo lejano y ajeno a vos; algo que a vos no te va a pasar. “No servís.” ¡Pero más vale que no!, si recién empiezo a laburar, pedazo de cabrona… más vale que no voy a saber resolver el ordenamiento urbano de un eco-barrio inundable todo yo solito y en dos semanas. Pero bueno, aunque ese trabajo es historia, -mirando el lado positivo de la situación- me di cuenta de lo bien que me hizo pegarme semejante porrazo. “De’ieno en la geta”, muchos -cordobeses- dirían. Así como ir corriendo a toda velocidad por la vereda, enchufado al mp3 y, cuando miraste hacia atrás para relojear un culo digno, ¡PAF! te tragás un poste de luz que parece hecho de ladrillo macizo y revoque grueso... y, mientras alrededor de tu cabeza danzan elefantes rosados con pantaletas de cuero y tachas, la vieja caradeocote que vuelve del súper deja las bolsas en el piso, se saca los ruleros y -mientras literalmente se mea de la risa- te entrega sonriente el Grammy al gil de la década… ¡Claro!, después de un golpe así, ALGO tenés que sacar, no podés quedarte indiferente. Recordemos que “la indiferencia mató al gato” (¿ah?). En fin, algo así resultó siendo: sufrí, pasé vergüenza, me sentí mal, observado, señalado y a la vez solo, pero reaccioné. Me di cuenta, abrí los ojos, pensé.

Esta mujer me hizo reflexionar. Un poco con respecto todo… ¿La arquitectura es para mí? ¿Elegí bien la carrera? ¿Este color de pelo me queda bien? -¡?- ¿Es esta experiencia suficiente para darme cuenta de que esto no es lo mío? ¿Tengo que seguir intentándolo? ¿No será mejor buscar por otro lado? ¿Cuándo es el momento oportuno para tomar la decisión de seguir en la misma ruta o cambiar de dirección? “O me pongo las pilas o no sobrevivo a esta crisis”, pensé. Es el momento de tener los 25 años que ya tengo (y ya se me vienen los 26, #queloparió… ¡y todavía no aprendí a cocinar para mi mera supervivencia!). ¡Bah! No nos desviemos, no nos desviemos.

La cosa es que sí; cuando uno entra en razón -después de que lo charló mil veces con mil personas diferentes desde mil ángulos diferentes- se dice a sí mismo que no es de una persona mentalmente en sus cabales el echar por la borda siete años de estudios universitarios sólo porque una jefa gorda lo hizo llorar. Ahí es cuando uno decide darse nuevas oportunidades de seguir aprendiendo, de volver a fallar, de seguir diciéndose a uno mismo que esto no se acaba con el enmarcado de un diploma, sino que no se acaba nunca. Tan simple -y tan difícil de asimilar- como eso.

Así que acá estoy, dándome nuevas oportunidades, trabajando hace dos meses en un nuevo estudio de arquitectura, y más que satisfecho: con la gente que conocí, con las cosas que aprendo día a día, con el ambiente de trabajo y, sobre todo, conmigo mismo. Porque me estoy dando cuenta de que -si bien me pagan un chelín y medio por 57 horas de trabajo al día y las tareas que desempeño no representan mayor desafío/ni/motivación- estoy superándome y aprendiendo pequeñas cositas… aprendiendo que es sólo cuestión de querer... Cuando se quiere, se hace lo que hace falta para poder. Ojo, hay que querer de verdad, desde el fondo y con convicción. Pero que se puede, SE PUEDE.

Gorda Dragona, chupate esta mandarina.
Nos vemos en los Pritzker Awards.