25 mayo 2013

Armando valijas...

Hola Lausanne... hojita en blanco, lisita y brillante, casi que encandila de lo inmaculada y vacía que está; ahí me espera, quietita, a que agarre la birome y empiece a contarle mis aventuras.

Abril, mes de mi cumpleaños, primavera, solcito, flores y tardes en el frío lago frente a los Alpes. Llego a Lausanne con mi valija hasta el culo de ropa, libros y cargadores de celular (esas cositas que los seres humanos coleccionamos sin preguntarnos el porqué). Casi sin darme cuenta, ya estoy instalado en un hermoso departamento en pleno centro histórico, frente al castillo y a cuadras de la catedral;  un departamento compartido con una chica y un chico que, pocos meses después, se convertirían en la razón por la cual decido de cambiar de hogar. En pocas palabras, las cosas nunca son lo que parecen al principio (y las personas no son la excepción a la regla). Por suerte, mi amiga Laurice tenía una habitación disponible en su departamento, a la mitad del precio (sí) y 10 veces más cerca del centro. Chupate esta mandarina.

No tardo en armar [nuevamente] mi valija con mi ropa, libros y cargadores de celular y transferir mis efectos personales y demás pelotudeces a mi nueva mini-habitación (con vista a... eh, básicamente nada). La mudanza fue rápida y sin dolor; en una tarde llené mi valija y la vacié en otra habitación, dije chau chau a unos y hola hola a otros. Habitación chiquitita pero simpaticona, paredes desnudas esperando un poco de amor y cama de papel esperando un nuevo colchón. Una primera noche de paz y ya estoy listo para hacer de este nuevo lugarcito mi hogar... Éste es un departamento compartido por cuatro personas: Laurice, Lise e Lucia (las tres L... ba-dam-tshhh). Una tana, una italo-suiza, una franco-suiza y un italo-argentino, la mezcla perfecta (¿?). Nos llevamos bien, compartimos algunas cenas y cervezas, la comida del frigo y el tarrito de café en polvo, pero cada cual mantiene su preciada independencia que mis ex-colocatarios tanto me reprochaban. Y eso, mis queridos, no tiene precio... saber que volvés a tu casa y nadie te va a preguntar por qué X o por qué Y, ahhh... es simplemente hermoso.

A todo esto, ya había (luego de un buen tiempo de preparar un hermoso Curriculum Vitæ y un aún más hermoso Portfolio de Projets) enviado solicitudes laborales a diestra y siniestra; realmente hice una manchancha de empresas de todo tipo y les escribí a todas: contacté desde los más prestigiosos estudios de arquitectura, concurridos bares, destacados restaurants y hoteles de lujo hasta los más lúgubres prostíbulos y círculos de la mafia y droga de la zona. Resulta que, después de un mes de espera y supervivencia gracias a algunos ahorros que tenía escondidos abajo del colchón, un estudio de arquitectura decide contratarme. Única cosita: el estudio me estaría quedando a 1h30 de viaje en tren, DE IDA. Y, como a caballo regalado no se le miran los dientes, decidí montármelo (¿?).

Así empieza mi hermosa relación con los valaisans (extrañas criaturas provenientes del Cantón Valais, cuyo dialecto está poblado de palabras extrañas y acentos de otro mundo que un francófono del montón tacharía de simplemente espantoso, bah). Por suerte, mis jefes son dentro de todo piolones y me dan trabajitos interesantes para hacer. De hecho, con ellos tuve mi primer experiencia en obra: me requetecontramil clavaron una obra que YA tenía retraso cuando empecé a laburar para ellos y que había que terminar en -en vez de siete- dos meses. Piola. Sufrí, sufrí y sufrí los azotes de la obra (es decir: pasarse el día al teléfono con proveedores, hacer pedidos de material en alemán [JA], pelear como gatos en celo con los durleros / electricistas / pintores / ingenieros / técnicos de calefacción / carpinteros y demás en obra [una gran mayoría de ellos ibéricos], ir y venir de un lugar a otro a patita [y con mucha nieve cayendo del cielo en pleno Noviembre], y rendirle cuentas al gran-cacique [mi jefe] sobre la situación en el campo de batalla): una experiencia religiosa, como diría el Quique.

El tiempo pasaba, y levantarse todos los días a las 6:00 para llegar al laburo a las 8:20, comer en 20 minutos al mediodía (una triste comiduli de tupper, preparada con mucha paja la noche anterior) y volver a casa a las 19:00, para tener que preparase la comiduli de tupper para el día siguiente e irse a la cama a las 22:00 (mínimo) para estar espléndido (o, en otras palabras, no estar hecho un escracho) al día siguiente... se volvía un temita, digamos, de peso.

Al mismo tiempo, seguía creciendo en mí el bichito de la curiosidad (que no había muerto, sino que estaba de vacaciones en alguna playa del sudeste asiático) con respecto al mundo de las lenguas y al mundo de la arquitectura, con respecto a cuál podría revelarse como el mío... El tema es que, después de la horrorosa experiencia de llevar adelante una obra y no haber sentido casi ni un poquito de placer por el hecho de haber sabido llevar un proyecto desde el papel a la realidad, uno se hace más y más preguntas. Veo a mis colegas arquitectos a mi alrededor y todos mueren por hacer obra, solo piensan en cuál será su próximo proyecto en el laburo y sienten profundas ganas de meterse más y más en el detalle de la construcción y la materialización del espacio... Esteh, ¿cómo decirlo?... Yo no. Yo no siento esa pasión y, honestamente, me entristece y me llena de celos. No sentir ese fuego que veo en los ojos de mis compañeros, esas ganas de hacer y de crecer en la profesión de arquitecto me habla con bastante claridad de que quizá sea el momento de explorar otros caminos.

No sin haber pasado noches enteras en vela y derramado unas cuaaantas lágrimas en la almohada, tomo la decisión de permitirme pensar en vías alternativas, de no auto-flagelarme por el hecho de no querer seguir ejerciendo (al menos de momento) como arquitecto. Y así sin más, casi sin darme cuenta, ya había dado el paso: ya había logrado sacarme de encima el mochilón que me estaba transformando en un jorobado más... en un monstruo de los tiempos que corren, que tiene la obligación tácita de terminar la escuela, hacer la universidad, conseguir un buen laburo (en "lo suyo", claro), una mujer con buenas gomas, un golden y una membresía al club de polo del barrio.

Por primera vez en muchos años, estaba permitiéndome pensar por mí mismo y tomar decisiones que me llevarían hacia mi propia felicidad (y no la felicidad de los demás de verlo a uno florecer en el campo laboral que eligió casi a ciegas a los 17 años); estaba siéndole fiel a mi Gastoncito interior que me gritaba desesperado y cuyos gritos estaban siendo sofocados por una mano grandototota que le decía al pobrecito que cierre el pico y siga adelante sin quejarse. Ese Gastoncito fue más corajudo y le pegó un tarascón a esa manota, y ahora sus gritos se escuchan por la calle, convertidos en canción.

Qué alivio. Qué bien se siente ser uno y decírselo al mundo.
"Quiero ser traductor"... "Quiero ser traductor"... "¡Quiero ser traductor!"

De repente, y casi sin buscarlo, [re]aparece Estrasburgo, y su Faculté de Langues, Littératures et Cultures Étrangères, y las piezas del rompecabezas van encontrando lentamente cada una su lugar. Estrasburgo es una hermosa ciudad que ya había visitado un par de veces y que ahora me estaba proponiendo una Licenciatura en Estudios Escandinavos que me robó el corazón apenas leí el programa de materias. Literatura nórdica, idioma sueco, civilizaciones del medio-evo escandinavo, idioma danés, culturas nord-europeas, idioma viejo-islandés, historia de las identidades nórdicas, idioma noruego... ¡Una pinturita!

Así es que decido, no sin darle un poco la vuelta a lo que implicaría tal decisión, de tomarme el próximo bondi hacia la felicidad; bondi que va hacia el norte [más al norte que antes], a las gélidas tierras de Pippi Långstrump, IKEA, los Mumins y ABBA, de paisajes de Tolkien, repletos de bosques, lagos y fjords...

No sin dolor, le digo chau a Lausanne, hermosa Lausanne, que fue hogar de un capítulo importante para mí, donde quedan grabadas hermosas amistades y experiencias, tardes de lago y caminatas por el bosque... y en donde dejo mi pesada mochila llena de obligaciones... y tomo con firmeza el bastón ligero de la pasión, que espero me acompañe en este nuevo capítulo que me muero por empezar a escribir.


24 mayo 2013

Immigrato cerca felicità

Acá estoy, volví, me extrañaste, lo sé. Pido perdón por la ausencia, y es que este último tiempo estuve con mil cosas en la cabeza y además desde que me... (...) ... ¿Qué?... ¿Que nadie lee mi blog?... ¿Que nadie sintió el vacío?... ¿¡Que ya todos se olvidaron de mí y de las pelotudeces que [no] solo a mí me pasan!? JA. Mirá cómo no me importa. Mirá cómo resucito este blog en un abrir y cerrar de ojos. Mirá, mirá...

Bueno ya, andá a saber por qué motivo hoy se me ocurrió volver a escribir alguna pavada... Supongo que habrán pasado muchas cosas desde la última vez que escribí (o será simplemente que hoy estoy demasiado al pedo y tengo que ocuparme con algo -y el deporte no es una opción-). Pero bueno, acá me tenés, echado en la cama, tranca, con cara de I don't give a shit, como una vaca desparramada por la pradera, rumiando lo que comió durante el día.

Es un hermoso viernes de Mayo del año 2013 (¿mi última publicación fue a principios del 2012? Wait, what?) y estoy escuchando una playlist pedorrísima que armé hace más o menos 4 olimpíadas y media. Para ser precisos, esta vez les escribo desde Lausanne, el país del chocolate, el queso, los relojes, Heidi y la xenofobia (cuak). El meteorólogo dice que estamos en primavera (yeah right) pero yo no le creo ni bosta. Dentro de poco llega el verano, pongámosle, y la primavera no habrá siquiera saludado por educación. En fin, con ésas estamos.

Pero bueno, ¿en qué nos quedamos la última vez que hablamos? Ah, sí: estaba enojado con los desagradecidos de este mundo (vasto temita para discutir) y básicamente contándoles que había conseguido un trabajo como arquitecto en Córdoba Capiiital y que estaba dándome una nueva chance (post-experiencia-fallida) en el mundo de la arquitectura... Ay ay ay, ¿por dónde empezar a contar todo lo que cambió desde entonces?...

En resumidas cuentas:

1) ¿Ese trabajo del que te hablaba más arribita? Bueno, fue. Mis [ex] jefes nos tenían a puro látigo (bueno, capaz exagero un poco), pagándonos miserias (con la excusa de que estábamos en una súper empresa yankee -¿sinónimo de calidad?- que trabaja con la más fina arquitectura contemporánea, y para la cual hay que bancarse el "derecho de piso"... conceptito que a todos los jefes del SXXI parece gustarles) y como monotributistas (no hacen falta aclaraciones entre paréntesis para este apartado).

Además, ya estaba en mis planes hacer otra cosa... Es decir, cuando empecé este trabajo, ya sabía que en algún momento iba a dejarlo para -de alguna u otra manera- empezar a organizarme para >>>

2) >>> obtener la nacionalidad italiana. Sí, eso. Como es el caso de una buena parte de la población argentina de hoy, corre por mis venas sangre italiana (¡pucha, con lo bien que hablo el español!) y es mi legítimo derecho el pedir a las autoridades del Estado italiano que hagan lo necesario para ser considerado ciudadano europeo (en pocas palabras, no es que ahora el vago haya dejado de ser latinoamericano para ser europeo, pero admitamos que un pasaporte italiano -siendo mi objetivo encontrar trabajo en Europa- pecha mucho más que uno argentino, y no hay tu tía, las ventajas administrativas están bastante claras.) "Pero Gas, ¿vos no te sentís argentino? ¿No te alcanza con ser ateo, maricón y vegetariano que además también querés ser italiano?" Y bueno, sí, sé que no soy la mismísima encarnación del argentino toma-mates, escucha-rock, juega-fútbol y revolea-ponchos, pero NO, no hago este trámite de ciudadanía porque "no quiero ser más argentino" (como algunos bobis de la cabeza me hicieron entender), lo hice porque me iba a simplificar algunas cosillas cuando llegara el momento de volver a Suiza. Y, a fin de cuentas, ¿che cazzo me ne frega esto de ser argentino, italiano, ucraniano, congoleño o vietnamita? Yo no siento ningún orgullo por ser argentino. A ver, que quede claro: no entiendo a la gente que siente orgullo por ser algo que no eligió ser. Cada vez que escucho a alguien decir "estoy orgulloso de ser argentino" pienso en una rubia diciendo "estoy orgullosa de ser rubia". What? Creo que uno puede sentir orgullo por sus decisiones o sus actitudes o sus acciones, no por algo tan azaroso como la nacionalidad, la orientación sexual o el color de pelo. En fin, oootro tema.

Por otro lado, de nada sirve que les cuente en detalle lo inhumano que fue atravesar el laberinto burocrático cordobés de los papeles y documentos y firmas y sellos y traducciones y actas y legalizaciones y verificaciones y la-mar-en-coche que significó conseguir todo lo que hacía falta. Escribanos, traductores, empleados públicos, pone sellos y gordas-criolleras-varias: les comunico en este post mi más sentido odio y repugnancia. Ahhh... #suspiradealivio

Así es que decido, una vez todos los "papelitos" listos, embarcarme (¿o enavionarme?) hacia la tierra de los spaghetti bolognese y la pizza, la tarantella y la stracciatella, para tramitar directamente en Rimini (en Emilia-Romagna, la tierra de mis antepasados) lo que más tarde se convertiría en mi pasaporte italiano.

Una vez allá, se repite la historia de los papelitos. Ventanilla 2, 1° piso, Ufficio Stato Civile... Ventanilla 6, 3° piso, Ufficio Cittadinanza... Ventanilla 894, 78° piso, Ufficio La Concha de Tu Hermana. Eeen fin, verán, la historia se repite... y no va a ser la última vez que me escuchen abordar el temita de la burocracia aplicada a la inmigración. Un perno.

Pero bueno, dejando de lado la historieta del papeleo (que, a fin de cuentas, termina siendo similar en cualquier país del mundo), vivir en Italia fue una experiencia inolvidable. Conocer tanta gente hermosa, tantos lugares hermosos y -sobre todo- llegar a sentir pertenencia a un lugar, no es algo que se olvide fácilmente. Viajé, comí, tomé sol, tomé nieve (¿?), aprendí italiano y, sobre todo, hice hermosas amistades que hasta el día de hoy me siguen enviando cartitas escritas a mano con promesas de visitarme próximamente.

Así, luego de 3 meses de aventuras, llega el momento de decir adiós y de tomar el tren que sale de Rimini y va hacia el norte, pasa por Bologna y llega a Milán, donde cambiás de tren para ir a Lausanne... final y nuevamente Lausanne, donde empieza un nuevo capítulo en mi vida y que -hasta el día de hoy- viene durando ya un año y chirolas... capítulo que (esta vez prometo) no tardaré en contarles...

08 enero 2012

Gracias

Realmente me considero de esas personas que tuvo suerte en esta vida -regida por el a menudo cruel azar- y que no tiene de qué quejarse. Más bien todo lo contrario, creo ser de esas personas que tiene todo por agradecer. Así, siempre intenté concentrar mis pensamientos en los desafortunados… los que sufren la inhumana violencia de la guerra, los que mueren de frío por la noche por no tener un techo y una cobija, los que no tienen siquiera qué comer, los que viajan leguas para llevar a sus niños a la escuela, los que cuentan los centavos uno a uno para pagarse el pan del día, los que soportan las palizas del violento abusador, los que viven presos de los crueles dictados de su religión, los que sufren la discriminación del racista, del sexista, del homófobo, del xenófobo… La puta madre, al lado de cuántos yo lo tengo todo, todo. Todo.

Desde lo más simple, lo más cotidiano, lo que usualmente pasa desapercibido a los ojos mal acostumbrados a no ver… ¡Qué tristeza… despertarme por la mañana y NO ser consciente de que estoy felizmente vivo, de que mi corazón está latiendo, de que mis piernas se están moviendo, de que mis ojos están viendo y mis oídos oyendo…! De que tengo la dicha de poder desplazarme a pie hasta mi baño, mirarme con mis dos ojos al espejo y lavarme con una de mis manos los dientes… de disponer de la cantidad de agua necesaria para darme una ducha calentita por la mañana y hacerme un rico café para el desayuno y no tener que caminar kilómetros para juntarla de un arroyo lejano, desinfectarla y cuantificarla para no desperdiciarla… de tener un placard lleno de pullovers, bufandas, gorros y camperas que me protegerán del frío de la calle y no tener que sufrir las inclemencias de las temperaturas que algunas personas soportan cada noche, escondiéndose, abrigándose con un pedazo de cartón y una manta ahuecada en un rincón de alguna fachada retirada o una plaza deshabitada… de tener una heladera llena de comida cada mañana y no tener que hurgar en los tachos de basura por los restos que algún alma no agradecida decidió tirar…

No ser consciente de gozar de la libertad, la mismísima libertad que a veces nos parece tan obvia y conocida, y no tener que someterme a las caprichosas leyes y mandados de algún tirano dictador que decidirá sobre cómo debo vivir mi vida… de tener una familia amorosa que dio todo por mí y saber que cuento con su apoyo incondicional, que están al alcance de un llamado, que me abren las puertas de su casa cuando yo más los necesito y no tener que sufrir la soledad de quienes no tienen una familia, de quienes están solos, de quienes fueron alejados por la fuerza de sus seres queridos… dichoso de contar con hermosas amistades que me acompañan en la aventura de la vida, y no como esos desdichados que andan por la existencia sin conocer lo que es llorar las lágrimas del desamor y compartir las risas del corazón en los hombros de un hermano del alma…

No nos damos cuenta con facilidad, pero qué difícil es ser consciente de que nacimos en un momento y un lugar de este bendito planeta en que la gente no muere en la hoguera por tener aspecto de bruja, o es lapidada a muerte por ser mujer, o es ahorcada por amar a alguien de su mismo sexo, o es obligada a casarse por la religión, o es discriminada por su color de piel… ¡Me indigna el sólo pensarlo! La puta madre, son cosas que pasan HOY, del otro lado del mundo (muchas de ellas, consecuencias directas de las tóxicas religiones que la crueldad del hombre ideó: materia prima de capítulos venideros)… En fin, no estamos tan lejos de eso, es simplemente que no lo vemos; somos ciegos a esas realidades que no forman parte de nuestro cotidiano, y, por tanto, las anulamos y [no] actuamos en consecuencia.

¿Creés que estoy exagerando un poco; que habría bastado con enumerar un par de ejemplos para explicar mi punto?; ¿creés que la lista de males está siquiera cerca de agotarse? Tristemente no; y bien lejos está. Hasta diría considero necesario el ejercicio de llevarla al extremo, de sentarse a escribir en un pedacito de papel (o en un blog #cuak) todos y cada uno de los motivos por los cuales deberíamos estar agradecidos; nos sorprenderíamos de la cantidad.

Sin embargo (los infaltables pero-s) nos abate el más pequeño, el más insignificante de los problemas. Nos ahogamos en un vaso de agua y nos creemos los más desafortunados del Universo. Es en ese entonces que tenemos que decirnos basta y tomar distancia de esa pequeñez que nos aqueja: recordemos nuestra posición en el tablero y démosle a dicho problema el peso que se merece, sin olvidarnos nunca de la escala (bah, "ubicarse en la palmera", dijera mi amiga Lía). Recién ahí nos daremos cuenta de que, después de todo, no era tan grave. De hecho, era simplemente cuestión de tomárselo con un poco más de soda.

Abramos los ojos, los oídos y el corazón, muchachos. Agradezcamos por la realidad propia y seamos conscientes de las realidades ajenas. Riamos más, nos quejemos menos, amemos con intensidad, comamos con placer, cantemos en voz alta, cojamos con frecuencia, estudiemos lo que nos despierta curiosidad, bailemos con los ojos cerrados, nos demos la posibilidad de vivir en carne propia las maravillas de este hermoso mundo, viajemos sin valijas ni límites geofráficos... y festejemos la vida.

Todos podemos y debemos ser motores de cambio... está en nosotros la decisión.

Al fin y al cabo, todo es cuestión de perspectiva.


10 noviembre 2011

Un chelín y medio


Así es, muchachos; después de siete años de carrera, después de una experiencia -a medias fallida- en el exterior, después de un mes de pololeo (♥) y después de muchas crisis de identidad (materia prima de capítulos venideros), el gordo Gas empezó a trabajar -again-.

Histórico”, dijeran mis amigos.

Es cierto, tuve la suerte que no todos tienen de poder terminar los estudios sin tener que trabajar à côté para poder costeármelos. Así que, teniendo la oportunidad de dedicarme exclusivamente a la facultad, aproveché la situación para recibirme lo antes posible. Y bueno -aunque el durante fue cómodo y placentero- el después salir a la calle con un haber nulo en experiencia es por demás desestabilizador. En criollo, bah, salís en recontramil pelotas a la calle a que te c*jan por todos lados. Te sentís tonto, lento, torpe, ineficaz, tonto de nuevo y demás calificativos de la misma calaña.

Ya con dos meses de trabajo con quien di en llamar la Señora Dragón, estoy alguito más curtido. Y sí, para hacerla corta, digamos que esta jefa me hizo sentir lo que en la facultad escuchaste como algo lejano y ajeno a vos; algo que a vos no te va a pasar. “No servís.” ¡Pero más vale que no!, si recién empiezo a laburar, pedazo de cabrona… más vale que no voy a saber resolver el ordenamiento urbano de un eco-barrio inundable todo yo solito y en dos semanas. Pero bueno, aunque ese trabajo es historia, -mirando el lado positivo de la situación- me di cuenta de lo bien que me hizo pegarme semejante porrazo. “De’ieno en la geta”, muchos -cordobeses- dirían. Así como ir corriendo a toda velocidad por la vereda, enchufado al mp3 y, cuando miraste hacia atrás para relojear un culo digno, ¡PAF! te tragás un poste de luz que parece hecho de ladrillo macizo y revoque grueso... y, mientras alrededor de tu cabeza danzan elefantes rosados con pantaletas de cuero y tachas, la vieja caradeocote que vuelve del súper deja las bolsas en el piso, se saca los ruleros y -mientras literalmente se mea de la risa- te entrega sonriente el Grammy al gil de la década… ¡Claro!, después de un golpe así, ALGO tenés que sacar, no podés quedarte indiferente. Recordemos que “la indiferencia mató al gato” (¿ah?). En fin, algo así resultó siendo: sufrí, pasé vergüenza, me sentí mal, observado, señalado y a la vez solo, pero reaccioné. Me di cuenta, abrí los ojos, pensé.

Esta mujer me hizo reflexionar. Un poco con respecto todo… ¿La arquitectura es para mí? ¿Elegí bien la carrera? ¿Este color de pelo me queda bien? -¡?- ¿Es esta experiencia suficiente para darme cuenta de que esto no es lo mío? ¿Tengo que seguir intentándolo? ¿No será mejor buscar por otro lado? ¿Cuándo es el momento oportuno para tomar la decisión de seguir en la misma ruta o cambiar de dirección? “O me pongo las pilas o no sobrevivo a esta crisis”, pensé. Es el momento de tener los 25 años que ya tengo (y ya se me vienen los 26, #queloparió… ¡y todavía no aprendí a cocinar para mi mera supervivencia!). ¡Bah! No nos desviemos, no nos desviemos.

La cosa es que sí; cuando uno entra en razón -después de que lo charló mil veces con mil personas diferentes desde mil ángulos diferentes- se dice a sí mismo que no es de una persona mentalmente en sus cabales el echar por la borda siete años de estudios universitarios sólo porque una jefa gorda lo hizo llorar. Ahí es cuando uno decide darse nuevas oportunidades de seguir aprendiendo, de volver a fallar, de seguir diciéndose a uno mismo que esto no se acaba con el enmarcado de un diploma, sino que no se acaba nunca. Tan simple -y tan difícil de asimilar- como eso.

Así que acá estoy, dándome nuevas oportunidades, trabajando hace dos meses en un nuevo estudio de arquitectura, y más que satisfecho: con la gente que conocí, con las cosas que aprendo día a día, con el ambiente de trabajo y, sobre todo, conmigo mismo. Porque me estoy dando cuenta de que -si bien me pagan un chelín y medio por 57 horas de trabajo al día y las tareas que desempeño no representan mayor desafío/ni/motivación- estoy superándome y aprendiendo pequeñas cositas… aprendiendo que es sólo cuestión de querer... Cuando se quiere, se hace lo que hace falta para poder. Ojo, hay que querer de verdad, desde el fondo y con convicción. Pero que se puede, SE PUEDE.

Gorda Dragona, chupate esta mandarina.
Nos vemos en los Pritzker Awards.


24 septiembre 2011

El mejor lugar del mundo

Cuando estaba en la escuela primaria, era la secundaria. Cuando estaba en la secundaria, era la universidad. Ahora que se termina la universidad, ¿qué es? ¿Qué sigue? ¿Qué viene después? ¿Cuándo llega la hora de dejar de jugar a la escondida y ponerse los pantalones? ¿Por qué era tanto más fácil antes, cuando lo único que ocupaba nuestra mente era los deberes, los amigos y el fin de semana? Hace ya un buen rato que las preocupaciones cambiaron de orientación -¡en buena hora!- pero uno sigue haciéndose el tonto, mirando a un costado como no queriendo hacerse cargo, esperando que las preguntas que aún no encuentran respuesta se desvanezcan con el viento y lo dejen a uno en paz. No sé qué sigue, y no sé cómo encarar a un monstruo que aún no tiene forma concreta. Es un monstruo de humo que se hace cada vez más y más grande, cubriendo el horizonte casi por completo.

Incertidumbre. Eso. Hoy es de esos días en que el no saber de mañana me tiene de malas.

Verán, con un título en la mano, queriendo independizarme, con un par de viajes en la espalda y empezando un trabajo nuevo, aún me siento como ese Gastoncito que jugaba con caballitos de plástico y dibujaba sirenitas en el borde de su cuaderno, sin mayores preocupaciones que los juguetes en su habitación y su tarea escolar. Y es que a veces es tan, TAN difícil admitir que ya no se tiene 12 años, que ya llegó la hora de otras cosas. Pero es que el miedo puede ser más fuerte; mucho más fuerte. Lo suficiente como para impulsar al llanto; lo suficiente como para hacer tambalear lo que alguna vez fue una firme decisión; lo suficiente como para hacernos sentir culpas y arrepentimientos; lo suficiente como para desear volver a la infancia y buscar cobijo en los brazos de mamá, que nos diría que todo estaría bien mañana.

Errante, vagabundo, nómada. De lugares, de sentimientos, de ideas.

No sé qué va a pasar, ni dónde, ni cómo, ni cuándo. Simplemente no lo sé… A la deriva; me siento como un barquito de papel que viaja por las cunetas de las calles de una ciudad inundada por la lluvia de un verano lleno de dudas. ¿Cuál será ese bendito momento en que las incógnitas empezarán a tomar forma de certezas? ¿Cuál será ese lugar en que los aromas de los rincones oscuros irán haciéndoseme familiares, incluso conocidos? ¿Quiénes serán esas personas que estarán al alcance de la mano para darme un abrazo cuando no tenga los hombros de mamá para descargar las lágrimas de niño devenido en adulto que descubre que las sirenitas no existen? ¿Cuál será el mejor lugar del mundo, el mío, ahí donde las cocinas olerán a desayuno de domingo y las sábanas al perfume de él…? ¿Cuál será el mejor lugar del mundo, ahí donde se es uno y se está a gusto, donde se está a salvo de la crueldad de la soberbia y del azote de la mezquindad? ¿Cuál será ese lugar, donde la vertiginosidad de la carrera disminuye, desacelera y otorga paz de pensamiento y espíritu? Necesito saber. ¡Saber! Saber que estoy haciendo las cosas bien. Saber que estoy yendo hacia ese lugar, que estoy en el buen camino -o al menos en uno de ellos-. Saber que, si bien nunca se está del todo listo para dar el siguiente paso, se deben tomar riesgos, ya que en ellos está el sabor de vivir.

Quizás el mejor lugar del mundo esté siempre fuera de mi alcance, ahí donde no se lo puede palpar, siempre pasitos por delante empujándome a seguir buscándolo. Quizás es mejor que así sea… que el querer tocarlo, alcanzarlo, me lleve siempre a recordar qué es lo que quiero, a no dormirme en la tranquilidad de lo seguro, a no seguir creyendo en sirenitas de cuentos de hadas, a hacerme cargo de mis propias decisiones y saber recoger los frutos de mis siembras, dulces y amargos; a creer sobre todo en mí y en mi capacidad para hacerme feliz.

Quizá la bruma de lo incierto esté siempre delante de nuestros ojos, como una nube cegadora que no nos deja ver con claridad; recordándonos que en la búsqueda y en el esfuerzo por ver está la verdad... y ,en ella, la belleza y la felicidad del descubrir.


PD: Para aquéllos que no saben, la imagen es de la peli "El mejor lugar del mundo". #selasrecomiendo

14 agosto 2011

Sonrisas de ayer

Hoy fue uno de esos domingos. Ésos que te recuerdan a otros domingos. Un déjà vu de un típico fin se semana del 2005, en que recién llevaba el segundo año de la carrera en Córdoba y volvía a menudo a Río Cuarto -no tanto como a Madre le habría gustado, pero…- a pasar un par de días con los míos y las mías, mis lugares y mis perros, la que alguna vez fue mi cama y el que alguna vez fue mi barrio.

De todas formas, este domingo fue diferente.

Temprano en la mañana, en Córdoba Capital, me despierta el encantador chirrido de mi Nokia para decirme que si no me tomaba la ducha a las patadas no iba a llegar a tiempo a la terminal. El sol cordobés todavía no se asomaba por la ventana y yo, con toda la paja del universo y sus incontables galaxias, me tomo un café con leche -recién salido de la ducha y a medias vestido- cagándome de frío en el living del departamento de Hermanas. Después de verificar que tenía mi de-ene-í y el de Agus en el bolsillo, cierro ventanas, doblo acolchados, apago calefacción, lavo taza y cierro puerta con doble vuelta de llave. Minutos más tarde tomo el intercity (en otras palabras, y siendo más fiel a la realidad, la chorrada de los buses Lep) de las 8:15 hrs. en Plaza de las Américas, para llegar a las 11:15 hrs. al Imperio cordobés, gran faro cultural del sur de la Provincia homónima.

Después de tres horas y quince minutos de pura tortura del tiempo que no corre y una tortícolis del séptimo infierno provocada por el traqueteo del bondi, llego a destino y Padre me espera para llevarme directo a votar -gorda, te re banco- al Colegio Comercial.

Río Cuarto, como siempre. Más gris que d’habitude, por culpa de un invierno que todavía no se quiere ir y una primavera que no se anima a aparecer. Las viejas calles de siempre un poco más viejas que antes, las angostas veredas más pobladas que de costumbre, los cepios negocios con sus persianas cerradas y luces apagadas, los jóvenes árboles con sus hojas secas y troncos pálidos. Paisaje de invierno, cielo gris, gente abrigada… la buena música en el auto de Padre se cuela en estos retratos y tiñe todo de ocres y tierras. A Río Cuarto sí que le sienta bien el invierno.

En fin, post-votación, directo a casa para almorzar unos ravioles del tamaño de tortugas de las Galápagos de Madre. Una joyita de recibimiento #gordoirrecuperable. Siguieron a tal monstruoso almuerzo, postrecito casero de Madre, mimos y charlas con los pichos, Skype con Él, peli en la cama, vueltita en auto y demás domingueadas. Todos ellos condimentos que hacen del día del Señor (?) una jornada para procrastinar.

Así es. Estaba nuevamente en la ciudad donde pasé casi quince años de mi vida, la que me dio su acento, la que me enseñó de Sarmiento y funciones cuadráticas, la que me vendió praliné a la salida del curso de inglés, la que me vio volver caminando a casa después de la clase de gimnasia, la que me enseñó a andar en bici y a jugar a la escondida y a la mancha, a la mamá y a la vendedora (wait... what?), y la que finalmente lloró mi partida llegada la hora de empezar la vida universitaria.

Misma ciudad, mismo día de la semana, algunos años de diferencia en el calendario. Esa ciudad hoy me estaba saludando nuevamente con los cielos abiertos y me ayudaba a darme cuenta de que, en el fondo y después de siete años, nos seguíamos queriendo.

Agridulce nostalgia de domingo, ¿será que quizás el hogar propio se encuentra desparramado por los caminos recorridos? No lo sé, pero me gusta la idea de que así pueda ser.




P.D.: ¿Y qué mejor manera de terminar un domingo de recuerdos, que encontrándote por casualidad con una cajita llena de cartas de amor que tus viejos se enviaron dos años antes de tu venida al mundo? #casimuerodesobredosisdeternura.

04 agosto 2011

Quien ríe último...

Domingo: fiesta de cumpleaños. Tema: graduación. Sí, asistí a una Prom de Revancha… revancha por la garcha de fiesta que hicimos en el 2003, supongo. Así es; tuve 17 años de nuevo.

Lo sé, EL horror. Es que, digamos, ¿quién en sus sanos cabales querría revivir esa nefasta edad en que tenías granitos hasta en el culo, una incapacidad cuasi insuperable para comunicarte, veintisiete kilos de más y un post-grado en inutilidad para el deporte / las mujeres (?) / la música / y básicamente cualquier cosa en la que se necesite un mínimo de motricidad? Bueno, parece que yo soy uno de ésos. De ésos que dicen “sí” cuando son invitados a una Prom y no se dan cuenta de que tendrán que volver a enfrentar a esos entrañables personajes que hicieron de sus años de teen los años que en el futuro querrán con seguridad guardar en un cuadernito perfumado de Hello Kitty y dárselo de comer a un cocodrilo del zoológico la próxima vez que pasen cerca del Parque Sarmiento (y observar cómo se deleitan entre babas saboreando sus penas de adolescente).

Pero bueno, ahí estaba yo, preparándome en casa para ir a la bendita Prom, después de despedir a mi prima en la terminal, con lluvia afuera y yo que tenía más ganas de morirme en mi cama que de otra cosa. “¿Qué sorete me pongo encima?, ¿hay que estar ‘lindo de trajecito’ o simplemente ‘lindo de entrecasa de domingo’ es suficiente?”. Después de unos nanosegundos de reflexión, la opción B fue la psico-emocionalmente más saludable, así que ahí me tenías (hacete la imagen): echándome perfumito encima del buzo que había usado todo el día y lavándome los dientes a la velocidad del sonido para tomarme el taxi y no llegar tan tarde al concurrido evento.

¿Regalo? No lo había pensando. Y, conociéndolo al cumpleañero, era todo un temita el que estaba escapándoseme de las manos. Un temita que suele llevarte entre unos días y -si sos cercano- un par de meses de preparación. Resulta que, para hacerla corta, tenías que regalarle una performance (¡qué palabra más chota que está de moda, por Dior!), de lo que sea, lo que se te ocurra… desde una simple cancioncita de karaoke, hasta la más elaborada imitación de Zulma Lobato con show de luces, córeo y efectos especiales. Al teléfono, Fer me dice que sí, que le vamos a regalar ‘lo que surja una vez que estemos sobre el escenario’. No, o sea, no, lo siento, pero no. Ése no soy yo, ¿subirme a un escenario a improvisar? Paso, rotundamente, sin dudarlo. Como mucho, te subo con algo preparado, y cortito, y que no tenga que hablar mucho, y si no se me ve mejor, y si lo puedo hacer atrás del telón ni te cuento (vamos, que otro lo haga por mí y estamos joya). Y si no, seré el único colgado que llevará una triste e impersonal botella de vino marca Pichichus o remera de Bariloche que le compraste a tu primo y nunca le diste. Al final -vergüenza- no fue ni uno ni lo otro (Pablo, si leés esto, estoy en deuda contigo; ya te mandaré el show de la Lobato caserito fatto in casa, grabado con la cam de la notebook). #EsperaloSentado.

En fin, situación: el Gas se baja del taxi en el lugar fijado para el gran rendez-vous y, ya desde afuera, se escucha ‘música promera’; esa música que escuchaste cuando empezabas a afeitarte el bigote o a hacerte la paja, como te guste más. Entiéndase, pues, por música promera: Aqua, Roxette, Brítni y derivados de esa calaña. No que no me guste, claro, pero sí que sigue siendo extraño escuchar esa música en un contexto que te es enteramente ajeno: gente desonocida y, básicamente, gente desconocida de más de 28 años. Pero bueno, ése era el encanto buscado por la Prom con retraso, ¿no? Recordar viejas épocas y hacer de cuenta que uno es un pendejo por un par de horas (que, vamos, a todos nos gusta).

¿Yendo a los bifes? Nada de lo vaticinado por mis predicciones astrológicas (?) sucedió. Desde el momento en que entré al bolichón hasta que me volví a casa, todo se sintió simplemente ‘bien’. Nada de vergüenzas estúpidas de adolescente, nada de miedos al ridículo, nada de esconderse del spotlight para pasar desapercibido. El gordo comió como si hubiese pasado dos períodos glaciales sin probar un sánguche de miga. Le entró también a los bocaditos gourmet (ponele que se llamen así), al lemon pái de ananá -el de frutilla se salvó de que le hincara el diente, gracias a que tenía las manos ocupadas con otros edibles-, a la Pepsi Light, la Seven y como tres tipos diferentes de torta. #Tranqui.

La música, un lujete. Pensada, armada, encadenada. De ésa que te das cuenta fue seleccionada con meticulosa precisión de cirujano. No es que te haya bailado como un enfermito las córeos de las Spice, pero bueno, digamos que las ganas no faltaron.

Hubo todo lo que tiene que haber en una prom: música piola, banda en vivo, coronación de rey y reina y performances de los amigos más cercanos... Entre ellas: Friday de Rebecca Black versión acústica, coreografía de la Gaga con remeras estampadas y todo, compilado de las series de TV de la infancia que veías a escondidas por miedo a que tus viejos se dieran cuenta de que sos maricón, show de baile exótico con la música de Six Feet Under, más videos de freakeadas de los amigos que no pudieron estar presentes, talk-shows varios donde se ponían los trapitos al sol, y demás actuaciones que habrían hecho de mi botella de tinto el peor regalo de cumpleaños ever. Salvo por la falta de ponche #Decepción, en esta prom había todo lo que tenía que haber.

Único -pero no tan insignifficante- detalle: en esta segunda Prom de Revancha, mi cita estaba seguramente roncando como un moomin, a catorcemildoscientoscincuentaitrés kilómetros de distancia. #LaQueTePanConQueso.