27 julio 2011

Lagarto (no tan) terrible

Yo no estoy meado por un elefante, no no… estoy meado por una manada de Tiranoraurios Rex que viene de tomarse toda la Heineken que tienen en stock en el súper del Walmart. Así te lo digo. Y es que no terminaba la semana de preaviso para poder tomarme el palo del laburo, que lo conozco a él; sí, a él. Y el Gas, ahora, sin visa (y posibilidades de laburo, ni por asomo) se quiere cortar lasquetejédi. Como un relojito suizo: el viernes dejé el laburo y el sábado conocí a la razón por la cual voy a querer quedarme en Lausanne. Tres hurras por mí. Yey...

Pero así es la vida; no me quejo, más bien le estoy agradecido. A fin de cuentas, fue mi decisión dejar el trabajo -y estoy feliz de haberlo hecho- incluso si el no tener trabajo me puso en la situación de tener que volverme a Argentina por indocumentado. ¿Quién -en su sano juicio- no querría poner su bienestar psico-emocional por delante de un simple permiso de trabajo? No sé, capaz alguien está dispuesto. No me importa. YO, no.

En fin, quizás fui a Suiza buscando algo que creía conocido y terminé encontrándome con otro algo que no me esperaba, para nada. Algo infinitamente mejor  que un permiso de trabajo. Algo que, después del llanto de la humillación en el trabajo, supo hacerme sonreír a la luz de las lamparitas del bar donde me invitó la primera cerveza. Algo que me abrió la puerta de su casa, me convidó con sus tostadas sin mermelada y jugo de naranja y me dio una toalla seca y un cepillo de dientes. Algo que me tomó de la mano y me besó, llevándome a la luna en un cohete de canciones de Agnes Obel y miradas fugaces por las callecitas de Estrasburgo. Algo que, en un mes, supo metérseme bien adentro y que -hasta el día de hoy- sigue enviándome mensajitos que atraviesan el océano y me roban sonrisas en francés.

A ese algo: merci infiniment.



PD: Empecé este post con un tono jocoso y lo terminé con una especie de poesía de cabotaje. #SosDeCuartaGas.

PD2: A los Tiranosaurios que me mearon, sepan que no funcionó. #LesDirigeUnGestoObseno.

Helvetofobia

Así es; en el país de Heidi, el chocolate, los relojes y el queso, los extranjeros no son tan bienvenidos. En realidad, desde que Suiza entró al Espacio Schengen -una especie de Mercosur-, la cosa está más complicada que antes (y si sos argento, MÁS). ¿Por qué? Porque ahora, cuando entrás al país, te ponen un sellito “Schengen” cuando antes de ponían uno suizo. ¿Y qué quiere decir? Que tenés tres meses (como turista) para visitar Suiza -y cualquier otro país que participe del espacio Schengen- y una vez que se acabó el plazo, no podés salir a ningún país vecino y volver a entrar a Suiza para que te renueven el período de turista. Y no hay tu tíase te acabó el dulce de leche, y se te acabó el dulce de leche; no hay cucharita raspadora de fondo que valga. Básicamente, tenés que tomarte el palo.

Y bueno, fue lo que me pasó a mí. ¿Resumiendo? Me tomé el buque para Suiza (aunque es un país mediterráneo, cuák) el 14 de Abril de 2011-un día después de mi cumpleaños nº 25 y dos después de la presentación de mi tesis de arquitecto-. En Lausanne, hermosa Lausanne, me encontré un departamento compartido (algo que en la lengua de Sartre, de Descartes y de la Bruni se designa con la palabra “colocation”, co-, -location, o sea, co-location… yyy, eso) con dos chicos: Jeremy y Benjamin. A todo esto, Benjamin resultó conocer a mi prima suiza Florence de un viaje por Australia #LeMondeEstPetit. En fin, el departamento: bello. En el 3º piso (¡sin ascensor!), la primer puerta a la izquierda, la que tiene un estíquer que reza “la vie est belle”. En efecto, la vie est belle. Tres habitaciones, un salón, una cocina comedor -¿con un sofá?- y un baño (donde perdía valiosos minutos leyendo Garfield, en français). Tenía mi propia habitación, vacía, pero mía al fin; con una gran ventana a la calle -la Rue Couchirard- frente a un complejo de departamentos de lo más táp y un supermercado -Coop- donde me compraba todo tipo de congelados para la cena. Por suerte, lo conseguí bastante rápido, y la mudanza no fue tan dura: cama prestada de mi primo Sébastien, armario que me cayó de arriba de Nadine -la ex colocataria cuya habitación estaba yo ahora habitando-, una bibliotequita vintage hermosa de madera que me compré (junto con dos sillas, 18 prehistóricos VHS, una plantita, y 1,73 kg de libros) que me salió cerca de 30 francos suizos #LaGangaDeTuVida. Rápidamente estaba tomando formita; vamos, formita de habitación de extranjero recién mudado, algo laucha y con poco cash. Pero yo estaba cómodo, que es en definitiva lo que importa.

Con el correr de los días me fui reencontrando con viejas amistades del 2008, de cuando había estudiado en la École Polytechnique Fédérale de Lausanne (de acá en más, la EPFL, o epéefél). ¿Para qué contarles más? Zoe se encargó de llevarme por los antros más oscuros de la ciudad; recorrí los rincones más sospechosos y turbios del circuito de la droga, la prostitución y… pará, no… cierto que no hice eso (¿?). Bueno, digamos simplemente que Zoe me llevó por el adictivo camino de los apéros (una especie de picadita con cerveza, mucha cerveza, y algo más de cerveza). Hermosos y prolongados apéros en el “Great Escape” -el bar que no te querés perder cuando conozcas Lausanne- sépanlo: los extraño.

En fin, foto por acá, foto por allá. A las 3 semanas de subir y bajar callecitas ya conocía Lausanne como la palma de mi mano (lo que no impidió que me perdiera un par de veces y tuviera que pedir indicaciones a los borrachos de la Place de la Riponne; claro, balbuceando en francés Y borrachos, poca ayuda podían representar estos sujetos). Así que por ahí lo veías al Gas, con su mochila azul -y su plano de Lausanne en uno de los bolsillos-, de acá para allá, de allá para acá, sacando fotos (repetidas) de casi cualquier esquinita que le resultara simpaticona. Claro, Lausanne está al borde del Lac Léman, en una pendiente pronunciada que hace de sus callecitas un hermoso laberinto que sube y baja constantemente -y que hace, a su vez, de los lausanneses y las lausannesas los mejores culos y gambas de la historia de las tierras helvéticas-. He dicho.

Así, con departamento bajo el brazo y con la laberíntica Lausanne en mi torrente sanguíneo, estaba listo para dedicarme cien por ciento al laburo (bueno, capaz no 100%). Claro, mi avión llegó el 14 a Genève, y el 15 ya empecé a trabajar, como el buen chico que soy -¡!-. En un pequeño (pero ojo, ¡reputado!) estudio de arquitectura de Pully, en las cercanías del centro de Lausanne, empecé a hacer una especie de pasantía para la arquitecta que me había dado una mano vía e-mail con mi tesis de grado. Empezaba a laburar a las 8:30 hrs. (buen horario, no me quejo), clavaba pausa à midi para comer alguna triste ensalada (o, en su defecto, una quiche lorraine) en la Migros -otra de las cadenas suizas de supermercados- y salía de ahí a las 18:30 hrs. Ahí trabajaban mis dos jefes (una pareja, ella argenta, él heidiano), un dibujante y yo, básicamente. Y digamos, para no hacerla tan larga, que salió todo como el ojete; sí, así, como el ojete. El ambiente en el laburo se ponía -todos los días- súper tenso, el estrés reinaba y el caos podía desatarse del más inocente batir de alas de una mariposa. Fue tú mách y decidí -después de dos eternos meses- dejar. Ahora, imagen: el Gas con lágrimas en los ojos, temblando como gelatina sin sabor, tratando de articular -en el más pulcro francés- las palabras correctas para hacerles entender a mis jefes que me iba por culpa del ambiente del orto que había en la oficina, y ellos con cara de póker como la Gaga, diciéndome -en el inentendible dialecto del Valais- que si no me lo había bancado era “probablemente porque yo no estaba hecho para la arquitectura”. Lo dejo a tu criterio. Yo, voy a dejarlo ahí, porque si no me pongo agresivo (y, además, las paredes hablan y éste es un blog público). Acomodé mi escritorio y a la semanita me tomé el palazo.

Y así, básicamente, es como me quedé sin visa de trabajo. ¿Y qué pasa cuando no tenés visa de trabajo en Suiza? Tenés que volverte a casita, o -en su defecto- esperar a que la Guardia Suiza abandone el Vaticano para venir a pegarte una patada voladora en el tujes para que llegues con seguridad a las Américas de tus pagos.

¿Y qué hice con el tercer mes que tenía como turista? Ésa, querido lector, es otra historia. Y bancá, que acá se pone interesante.


25 julio 2011

Volver

Hace casi dos semanas que estoy de regreso en Córdoba -los detalles de dónde estaba antes de estar acá serán expuestos en capítulos venideros-. En fin, dos semanas, eso. Y hace un frío ruso que te querés cortar las pelotas y tejerles una bufandita al crochet, una a cada una. Y yo que venía diciéndole a Alex: “Oi, no sabés las ganas que tengo de dormir tapadito hasta las orejas, despertarme y ver las ventanas empañadas y tomarme una cheche con chocolate y facturas de La Pana y llenar la cama de migas”. ¿Y? Acá está, Gastón, el frío que querías, ¿qué vas a hacer con él? ¿No era que “te gustaba”? Bueno, sí, me gusta. Me gusta para estar encerrado en casa, dormir como si fuera el último día de mi vida y pegarme el atracón del siglo con los Toblerone que me traje de allá... no para, básicamente, cualquier otra cosa que no involucre los antes mencionados elementos.

Muchos dirán: “Gas, la bolsa de agua caliente es de tu hermana, y es rosa.”; y bien ¿cuál hay? Las ganas que tenés vos mismo de clavar bolsita de agüita calentita antes de meter los pies en las gélidas profundidades de una cama que no se decide entre Perito Moreno y Laponia finlandesa, ¿eh? Vamos, que somos pocos y nos conocemos mucho.

Otros dirán que salir a la calle se transforma en una aventura; con algo de suerte, la tormenta de tierra que azotó a Córdoba esta tarde no te vuela la peluca. Ahora, dejame a mí decirte: con algo menos de suerte, te toca escurrir el piso del departamento de tus hermanas porque la ducha que te pegaste esta mañana duró más de lo debido e inundaste los 35 m2 del departamento -claro, porque la rejilla está hasta el tuje de pelo de mujer- y te cagás de frío porque trapeaste con la toalla en la cintura, antes de que se mojen todos los muebles de madera… O si no, tenés que armarte de todo el coraje que no tenés para bajar de noche a comprar papel higiénico a la despensita de la esquina porque te quedaste sin servilletas para comer las pizzas caseras que hiciste con los pocos gramos de mantecoso que tenías a mano y que, encima, se te quemaron por boludear con Facebook como excusa para no salir de casa.

Al final, terminé comprándome un par de guantes -carmín, obvio, para que hagan juego con la Ansilta que me regaló mi viejo hace bocha (¿?)-, de ésos bien berreta que a primera vista parecen de telita polar, pero terminan siendo apenas más calentitos que unos hechos de papel de arroz.

Aprovecho, pues, la ocasión para pedir disculpas por los repentinos cambios de "plan cerveza" por "plan abuela". Es que así me pongo cuando son éstas las condiciones. #SeñoraMayorModeOn.

Invierno, lindo invierno, pasate rápido, porfi.
De todas formas está decidido: el próximo, no te lo duermo como Liz (Solari) ni a ganchos.
Amén.


¿Un café?

Hoy tenía ganas de escribir. No sé por qué. Quizás fue el día que tuve, quizás algo que leí por ahí sin darme cuenta, quizás fue algo que estuvo siempre ahí dando vueltas, esperando el día en que me decidiría a abrir mi propio espacio para escribir boludeces -o no tanto-. Qué sé yo. Hoy estoy acá. Así que te digo hola. Hola lector, hola lectora. Un gusto que te pasés.

"De gatos y luciérnagas" es un espacio para que yo, Gastón -o Tona, como los sinvergüenzas de mis amigos me llaman en la intimidad-, pueda volcar un poco todo lo que se me cruza por el mate (vamos, mandar fruta)… y para que vos, anónimo desconocido o fiel amigo, te acerqués a conocerme y compartir mis felicidades y desgracias, mis locuras y desaciertos, mis mocazos y mis sonrisas.


Así que vení, hacete amigo y quedate si tenés ganas. Éste es mi salón y mi dormitorio, mi cocina y mi baño, mi patio y mi terraza. Puede que esté un poco desordenado, pero es acogedor si lo mirás con cariño y -si prestás atención- puede que hasta veas las luciérnagas que se esconden en las penumbras de mis sanos delirios. ¿Cafecito?