25 mayo 2013

Armando valijas...

Hola Lausanne... hojita en blanco, lisita y brillante, casi que encandila de lo inmaculada y vacía que está; ahí me espera, quietita, a que agarre la birome y empiece a contarle mis aventuras.

Abril, mes de mi cumpleaños, primavera, solcito, flores y tardes en el frío lago frente a los Alpes. Llego a Lausanne con mi valija hasta el culo de ropa, libros y cargadores de celular (esas cositas que los seres humanos coleccionamos sin preguntarnos el porqué). Casi sin darme cuenta, ya estoy instalado en un hermoso departamento en pleno centro histórico, frente al castillo y a cuadras de la catedral;  un departamento compartido con una chica y un chico que, pocos meses después, se convertirían en la razón por la cual decido de cambiar de hogar. En pocas palabras, las cosas nunca son lo que parecen al principio (y las personas no son la excepción a la regla). Por suerte, mi amiga Laurice tenía una habitación disponible en su departamento, a la mitad del precio (sí) y 10 veces más cerca del centro. Chupate esta mandarina.

No tardo en armar [nuevamente] mi valija con mi ropa, libros y cargadores de celular y transferir mis efectos personales y demás pelotudeces a mi nueva mini-habitación (con vista a... eh, básicamente nada). La mudanza fue rápida y sin dolor; en una tarde llené mi valija y la vacié en otra habitación, dije chau chau a unos y hola hola a otros. Habitación chiquitita pero simpaticona, paredes desnudas esperando un poco de amor y cama de papel esperando un nuevo colchón. Una primera noche de paz y ya estoy listo para hacer de este nuevo lugarcito mi hogar... Éste es un departamento compartido por cuatro personas: Laurice, Lise e Lucia (las tres L... ba-dam-tshhh). Una tana, una italo-suiza, una franco-suiza y un italo-argentino, la mezcla perfecta (¿?). Nos llevamos bien, compartimos algunas cenas y cervezas, la comida del frigo y el tarrito de café en polvo, pero cada cual mantiene su preciada independencia que mis ex-colocatarios tanto me reprochaban. Y eso, mis queridos, no tiene precio... saber que volvés a tu casa y nadie te va a preguntar por qué X o por qué Y, ahhh... es simplemente hermoso.

A todo esto, ya había (luego de un buen tiempo de preparar un hermoso Curriculum Vitæ y un aún más hermoso Portfolio de Projets) enviado solicitudes laborales a diestra y siniestra; realmente hice una manchancha de empresas de todo tipo y les escribí a todas: contacté desde los más prestigiosos estudios de arquitectura, concurridos bares, destacados restaurants y hoteles de lujo hasta los más lúgubres prostíbulos y círculos de la mafia y droga de la zona. Resulta que, después de un mes de espera y supervivencia gracias a algunos ahorros que tenía escondidos abajo del colchón, un estudio de arquitectura decide contratarme. Única cosita: el estudio me estaría quedando a 1h30 de viaje en tren, DE IDA. Y, como a caballo regalado no se le miran los dientes, decidí montármelo (¿?).

Así empieza mi hermosa relación con los valaisans (extrañas criaturas provenientes del Cantón Valais, cuyo dialecto está poblado de palabras extrañas y acentos de otro mundo que un francófono del montón tacharía de simplemente espantoso, bah). Por suerte, mis jefes son dentro de todo piolones y me dan trabajitos interesantes para hacer. De hecho, con ellos tuve mi primer experiencia en obra: me requetecontramil clavaron una obra que YA tenía retraso cuando empecé a laburar para ellos y que había que terminar en -en vez de siete- dos meses. Piola. Sufrí, sufrí y sufrí los azotes de la obra (es decir: pasarse el día al teléfono con proveedores, hacer pedidos de material en alemán [JA], pelear como gatos en celo con los durleros / electricistas / pintores / ingenieros / técnicos de calefacción / carpinteros y demás en obra [una gran mayoría de ellos ibéricos], ir y venir de un lugar a otro a patita [y con mucha nieve cayendo del cielo en pleno Noviembre], y rendirle cuentas al gran-cacique [mi jefe] sobre la situación en el campo de batalla): una experiencia religiosa, como diría el Quique.

El tiempo pasaba, y levantarse todos los días a las 6:00 para llegar al laburo a las 8:20, comer en 20 minutos al mediodía (una triste comiduli de tupper, preparada con mucha paja la noche anterior) y volver a casa a las 19:00, para tener que preparase la comiduli de tupper para el día siguiente e irse a la cama a las 22:00 (mínimo) para estar espléndido (o, en otras palabras, no estar hecho un escracho) al día siguiente... se volvía un temita, digamos, de peso.

Al mismo tiempo, seguía creciendo en mí el bichito de la curiosidad (que no había muerto, sino que estaba de vacaciones en alguna playa del sudeste asiático) con respecto al mundo de las lenguas y al mundo de la arquitectura, con respecto a cuál podría revelarse como el mío... El tema es que, después de la horrorosa experiencia de llevar adelante una obra y no haber sentido casi ni un poquito de placer por el hecho de haber sabido llevar un proyecto desde el papel a la realidad, uno se hace más y más preguntas. Veo a mis colegas arquitectos a mi alrededor y todos mueren por hacer obra, solo piensan en cuál será su próximo proyecto en el laburo y sienten profundas ganas de meterse más y más en el detalle de la construcción y la materialización del espacio... Esteh, ¿cómo decirlo?... Yo no. Yo no siento esa pasión y, honestamente, me entristece y me llena de celos. No sentir ese fuego que veo en los ojos de mis compañeros, esas ganas de hacer y de crecer en la profesión de arquitecto me habla con bastante claridad de que quizá sea el momento de explorar otros caminos.

No sin haber pasado noches enteras en vela y derramado unas cuaaantas lágrimas en la almohada, tomo la decisión de permitirme pensar en vías alternativas, de no auto-flagelarme por el hecho de no querer seguir ejerciendo (al menos de momento) como arquitecto. Y así sin más, casi sin darme cuenta, ya había dado el paso: ya había logrado sacarme de encima el mochilón que me estaba transformando en un jorobado más... en un monstruo de los tiempos que corren, que tiene la obligación tácita de terminar la escuela, hacer la universidad, conseguir un buen laburo (en "lo suyo", claro), una mujer con buenas gomas, un golden y una membresía al club de polo del barrio.

Por primera vez en muchos años, estaba permitiéndome pensar por mí mismo y tomar decisiones que me llevarían hacia mi propia felicidad (y no la felicidad de los demás de verlo a uno florecer en el campo laboral que eligió casi a ciegas a los 17 años); estaba siéndole fiel a mi Gastoncito interior que me gritaba desesperado y cuyos gritos estaban siendo sofocados por una mano grandototota que le decía al pobrecito que cierre el pico y siga adelante sin quejarse. Ese Gastoncito fue más corajudo y le pegó un tarascón a esa manota, y ahora sus gritos se escuchan por la calle, convertidos en canción.

Qué alivio. Qué bien se siente ser uno y decírselo al mundo.
"Quiero ser traductor"... "Quiero ser traductor"... "¡Quiero ser traductor!"

De repente, y casi sin buscarlo, [re]aparece Estrasburgo, y su Faculté de Langues, Littératures et Cultures Étrangères, y las piezas del rompecabezas van encontrando lentamente cada una su lugar. Estrasburgo es una hermosa ciudad que ya había visitado un par de veces y que ahora me estaba proponiendo una Licenciatura en Estudios Escandinavos que me robó el corazón apenas leí el programa de materias. Literatura nórdica, idioma sueco, civilizaciones del medio-evo escandinavo, idioma danés, culturas nord-europeas, idioma viejo-islandés, historia de las identidades nórdicas, idioma noruego... ¡Una pinturita!

Así es que decido, no sin darle un poco la vuelta a lo que implicaría tal decisión, de tomarme el próximo bondi hacia la felicidad; bondi que va hacia el norte [más al norte que antes], a las gélidas tierras de Pippi Långstrump, IKEA, los Mumins y ABBA, de paisajes de Tolkien, repletos de bosques, lagos y fjords...

No sin dolor, le digo chau a Lausanne, hermosa Lausanne, que fue hogar de un capítulo importante para mí, donde quedan grabadas hermosas amistades y experiencias, tardes de lago y caminatas por el bosque... y en donde dejo mi pesada mochila llena de obligaciones... y tomo con firmeza el bastón ligero de la pasión, que espero me acompañe en este nuevo capítulo que me muero por empezar a escribir.


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